Este cuento, es una deuda que yo había contraído conmigo mismo. Solo podría estar dedicado a una persona. Y esa persona es mi madre. Aunque también quiero hacer mención y recuerdo a ese artesano que fue en Madieu Mi abuelo.
No siempre el Nuberu, fue
rencoroso y dañino. Hubo un tiempo, en que este viejo aprendiz de brujo, señor
de las tormentas, de los rayos y el granizo, dueño de las tempestades y amo de
las inclemencias, permitía que los tiernos y fantásticos ventolinos, jugaran con las
gotas de lluvia que se cobijan en las nubes grises y rotas, allá en las
montañas, muy cerca de la Braña. Incluso cuando estas descargaban su furia en
la orilla de la playa, los graciosos espumeros, salían de los pedreros para
bailar con la lluvia. Pero aquel sin duda, fue otro tiempo.
Quiero recordar, que un día,
no muy lejos de Madieu, me encontré a un viejo, sentado, a la vera de un
camino. Cuando me acerqué, el viejo me contó la historia más maravillosa que
jamás me habían contado.
Todo sucedió, allá por el mes
de abril, un artesano tejía sus cestas mientras
cantaba, seguramente tonadas de la tierra. Fue entonces cuando misteriosamente,
ya que en raras ocasiones aconteció algo igual, de dentro de una madreña, salió
un Trasgu, despeinado y sonriente.
No tardó el artesano, en
coger una de sus cestas para pedirle a aquel Trasgu, que fuera a la orilla de
la playa, y con ella recogiera algo de agua y la trajera de vuelta. El artesano estaba
seguro que al encargarle tarea imposible, el Trasgu se marcharía y no le traería
problemas.
Corrió el duende hasta la playa, y comenzó con el
cesto a querer sacar el agua,
y al tiempo que lo sacaba, por las rendijas el agua se
le escapaba.
Y entre un intento y el otro, el
cielo se volvió gris, sin más aviso, comenzó a llover. Aun así el Trasgu no
cesó en su empeño. De pronto una gota de lluvia se quedó atrapada, adherida a
las paredes del cesto. El Trasgu no se podía creer, era poca cosa, pero cumpliría
su encargo y le podría llevar al artesano, agua en se cesto.
Caminando despacito para no
perder su gota de agua, cogió camino a Madieu, para llevarle su encargo al
ingenuo artesano. Pero el Trasgu no se percató de que la gota de lluvia llevaba
una fiel compañía.
Un ventolin agarrado de su mano, custodiaba aquella
gota de agua que le había enamorado
Cuando el Trasgu le entregó
el cesto con aquella gota de agua al artesano, ninguno de los dos podían saber,
lo que habían ocasionado.
El Nuberu furioso, con el
artesano y con el Trasgu, por haber cogido sin decir nada algo suyo, como era el agua, corrió hacia la montaña,
jurando desde aquel día molestar y hacer maldades, a todos aquellos, que
guarden silencio. Desde entonces cuando el Nuberu se acerca los aldeanos hacen
tañer las campanas. Y cuentan los lugareños que aquella tarde se desató una de
las tormentas mas fieras, jamás vistas. El granizo destrozo, los sembrados, la
tormenta asustó a las bestias, y con el hechizo escondido en el resplandor de
un relámpago la gota se convirtió en niña, y el ventolin juró que nunca se
apartaría de su lado.
El artesano crió a la niña,
hasta que esta se hizo mayor. Desde aquel momento todas las gotas de lluvia
bajan desde las nubes, muy finitas y despacio para visitar a la Reina del Orbayu.
Me han contado que incluso hoy en día continúa haciendo magia, para hacer realidad
algún sueño. Dicen que el ventolin siempre ha estado al lado suyo, y que cuando cae
el orbayu, es porque el ventolin está visitando los sueños de aquellos que se
encuentran lejos y las gotitas de agua no quieren dejar sola a la un día fue su
hermana, incluso recuerdan con su sonido el cantar del artesano.
¿Y que pasó con el Trasgu? Le
pregunté al anciano.
Levantando su sombrero el
anciano, me mostró su pelo despeinado y sonriente se escurrió dentro de su
madreña.
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