Un viejo pescador de la bahía, me
contó que hace ya un tiempo, en Cádiz, también el mar se tragó la
tierra, y me contó que cuando él, tan solo era un niño, el mar, siempre estaba
en calma. En aquellos días, los pescadores se hacían a la mar, sin ningún
temor, y Poseidón les hacia entrega periódicamente, de los mayores tesoros. Recordó también el anciano, que en la orilla
de la playa, el sol, cuando brillaba,
hacía resplandecer cada grano de arena, para marcarles siempre el camino de
regreso a casa. Eran otros tiempos, decía el pescador, cuando su rostro se
tornaba en tristeza, y una lágrima, como gota de lluvia, recorría su rostro,
para terminar chocando con la ennegrecida madera de su pequeña barquita. “Los
hombres, nunca tienen suficiente, los hombres siempre quieren mas” me contaba,
mientras se le cortaba su voz. Decía que
el cielo, era testigo, de cómo los hombres expoliaban los océanos, de cómo las
ciudades crecían robándole terreno al mar. Aquel día, quiso el cielo advertir
al mar, de la traición de los hombres, sus nubes se tiñeron de negro, sus
lamentos resplandecían y hacían un ruido atronador, y sus lágrimas transportaban las malas noticias, hasta
fundirse con las aguas de la mar. El mar retrocedía, para levantarse, como
nunca antes nadie lo había visto. Como un oso lleno de furia que se levanta
sobre sus patas traseras, antes de asestar un zarpazo letal. Aquel día el mar
se adentro en la tierra, llegando a los hogares de los hombres y recuperando
todo lo robado, aquel día el mar se cobro las vidas de quienes osaron a
traicionar su confianza. Me contó el pescador, que no tardó mucho el gran
Poseidón en percatarse de su gran injusticia, eran muchos los pescadores que
surcaban la bahía para recoger tan solo lo que el mar quería entregarles, otros
tan solo tomaban prestada la blanca sal de su espuma, el gran dios se percató
de que su castigo, había caído sobre quienes no lo merecían. El cielo enfurecido, veía a todos los hombres
de igual manera, y esto le dio que pensar al dios de los océanos. Entonces,
quiso hacer entrega de un símbolo, que hiciera al cielo reconocer, sobre quien
no debe mandar nunca el castigo de los mares
Una
concha peculiar,
Para
que el cielo conozca,
En
quien debe confiar.
La
cañailla es el trato,
La
cual debes de mostrar,
Cuando
el cielo se ennegrezca,
Cuando
se enfurezca el mar.
Solo
así estarás a salvo,
Y
el cielo sabrá avisar.
Si hay alguien de la bahía,
el mar se ha de retirar.
Desde entonces, amigo mío, cuando el mar se enfurece y rompe sus olas contra la costa, cuando el cielo le acompaña con su enfado voz de
trueno, en la Isla de león las aguas, tan solo
acarician el costado de las barquitas y las mecen, con el cantar de la lluvia.Y ese es el trato de Poseidón, con todo aquel que se siente cañailla.
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