Para María y Chaboli, y muy especialmente a Pepe que fue la persona por la que escribí este cuento. su Sensibilidad y cariño demostrada a su hermana su cuñado y sobre todo a sus sobrinas, fueron sin duda mi fuente de inspiración
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Cuando los rayos de la luna se encuentran con la bahía, la salada claridad, hace despertar a esos duendecillos, los pequeños salineros, que no pierden un minuto, en jugar tal y como la misma brisa les manda. Naciendo de la sal, se juntaban y de pronto corrían, otros volaban, se perseguían, brincaban y nuevamente se paraban, tal y como los papelillos que el viento azotaba o como las mariposas en primavera. Los pequeños salineros, transportaban el olor del mar a todos aquellos, que lejos de su tierra lo añoraban, quizás así conseguían que los viajeros, los emigrantes y los peregrinos, por unos instantes y al cerrar los ojos regresaran a su casa.
Fue el señor del mar, quien por envidia a los mortales, ordenó a los salineros construir en un estero, dos figuras humanas. Serían dos y no más para entregarles parte de su espíritu y así poder conocer y sentir, esas cosquillitas que produce sentirte cerca de los tuyos cuando la distancia te separa.
No tardaron los pequeños duendecillos en comenzar sus esculturas, aquel día recuerdo que las mojarritas susurraban al viento para que los salineros siguieran el dictado del señor del mar y así pudieran dar forma a las preciosas criaturas. Se percató su divinidad de que por las entrañas de ambas criaturas no corría la sangre y vida de ningún mortal, fue entonces cuando ordenó a los salineros que fueran hasta el último rincón del mundo en busca de quien diera su vida para satisfacer su mágico capricho. Así pues unos volaron con el cierzo hasta las montañas nevadas del norte, otros con el siroco llegaron hasta el desierto, los mas tímidos con el levante y el poniente surcaba las aguas de la bahía, y fue el mas joven de los salineros quien en las cercanías de Vallecas se encontró a Juan Antonio Jiménez el gran Jeros, quien osaba a entregar su aliento para que la sangre de la antigua y noble Pucela se mezclara con la estirpe de Erithea vecina y hermana de Gades y de la mítica Tartesos. Y entregó Sangre Calé que desde aquel mismo instante
Sonrojaba las mejillas
de la pequeña Pastora,
de la entrañable María.
Pastora color del viento
María cantar del cielo
Alguna vez un deseo
se convierte en realidad
Princesitas de la sal
Oración de mi silencio
pellizco de mi cantar
Que rompe mi soledad
Florece mi pensamiento
Despiertan mi realidad
De mi alma son el centro
Mi Duende mi alma y mi compas.
Cuenta la leyenda, que aquel trato termino con Jeros como guardián, dicen que cuando las niñas se duermen, en las noches de Luna, aún se escucha entre las salinas y las barquitas que permanecen amarradas allí por la casería, los cantares de quien guarda sus recuerdos, de quien vigila sus sueños. Si no me crees, siéntate en la orilla de la playa y en el silencio de la noche escucha……”silencio que duermen las princesas de la sal, y es su abuelo el que guarda sus sueños”
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